La Generación Dorada llegó a su fin con la
eliminación en el Mundial de España. Una camada de magistrales deportistas que
no sólo regaron de títulos y gloria al deporte argentino sino que ofrecieron su
imagen como emblema del trabajo y la dedicación.
Alejandro
Mangiaterra
Hasta las mejores historias llegan al final
y los finales nunca son felices. Es muy factible que el camino haya sido de
plenitud, pero si se termina habrá una mueca triste. Esta Generación Dorada
debería ser eterna, por los logros, por el compromiso, por el ejemplo y por el
legado, pero se van.
En el marco del Mundial de Básquet que se
desarrolla en España, la Selección Argentina de básquet se despidió para dar
inicio al mito. El equipo de Rubén Magnano, vaya paradoja, acabó con el dominio
albiceleste, conducido por Julio Lamas, en el clásico sudamericano. El
resultado favorable a los cariocas marcó el final de la generación más
brillante de la historia del deporte argentino.
Los primeros indicios de que la mejor etapa
de la historia del básquet estaba llegando a su fin fueron las ausencias de
algunos de sus más brillantes exponentes como Emanuel Ginóbili y Carlos
Delfino.
Las bajas por lesiones configuraron un
panorama mucho menos alentador que el que podía preverse para que la despedida
tan notable conglomerado de jugadores tuviera todos los condimentos y,
sobretodo, a todos sus protagonistas dentro de la cancha.
Antes, el retiro de Rubén Wolkowyski, Hugo
Sconochini, Alejandro Montecchia, Fabricio Oberto, y Pepe Sánchez forzaron el
primer recambio generacional de este equipo que tuvo su bautismo de fuego en
Indianápolis, durante el Mundial de 2002.
Así como los Campeones del Mundo del 50
fueron reconocidos, aunque tardíamente, y hoy forman parte del bronce, esta
camada de maravillosos basquetbolistas, hijos de la Liga Nacional ideada por
Najnudel, le contarán a su descendencia que consiguieron lo que no figuraba ni
en los más auspiciosos y alocados sueños.
Se
enciende el fuego sagrado
Este grupo de atletas comenzó su camino con
el título Sudamericano en Chile 2001 y en el Torneo de las Américas realizado
el mismo año en Neuquén. Esas coronas le permitieron acceder al mundial que se
desarrolló en Estados Unidos en 2002, donde como siempre, los locales eran los
máximos favoritos.
Argentina se impuso ante Nueva Zelanda,
Rusia, Venezuela, Brasil y la poderosa Alemania. Pero el mojón más importante
de la historia se daría el 5 de septiembre de 2002. El elenco que conducía
Rubén Magnano debía enfrentar al Dream Team, un equipo invencible compuesto por
doce basquetbolistas estrellas de la NBA, entre ellos: Reggie Miller, Paul
Pierce, Ben Wallace, Jermaine O’Neal y Michael Finley.
Ese día el título del diario deportivo Olé
tituló: “NBA, Nos Bailó Argentina”. La incipiente Generación Dorada jugó el
mejor partido de la historia. Ganó 87 a 80 pero llegó a sacarle 20 puntos de
ventaja, mientras el mundo miraba asombrado la primera derrota de toda la
historia de un plantel íntegro de jugadores NBA.
Al llegar al hotel en el que convivían
todas las delegaciones protagonistas del torneo, los colegas de los doce
gladiadores salieron de sus habitaciones y se colgaron de los balcones para
recibir con aplausos a los primeros en vencer a Goliat.
La final la perdieron ante Yugoslavia en
tiempo suplementario y tras dos pitazos arbitrales en contra que pudo haber
cambiado aquel resultado. Pero no cambiaría la historia.
Coronados
de gloria
Grecia celebraba en 2004 la fiesta que el
comité le debía por haber superado el centenario del primer Juego Olimpico de
la Era Moderna, en tierra ateniense, en 1896. La Selección Argentina volvería a
hacer historia. Aquella palomita de Ginobili para ganar por uno sobre la
cicharra y dejar en el camino a los locales sería el preludio para otra hazaña.
Ahora enfrente estaba un tal Tim Duncan,
acompañado por Stoudemire, Allan Iverson y Lebron James. La semifinal volvería
a ser albiceleste. Esta vez por 89 a 81. Después de tanto sufrir ante Grecia y
tanto pelear ante los NBA, la final ante Italia resultó casi un trámite. Así
llegó el primer oro olímpico para el deporte argentino.
Luego, el seleccionado alcanzó el cuarto
puesto en el Mundial de Japón 2006. Como les pareció poco volvieron a subirse
al podio en otro juego Olimpico: se vistieron de bronce en Beijing 2008, donde
USA se tomó revancha. Pero el “Alma Argentina” se levantó y venció a Lituania
para conseguir el meritorio tercer lugar. Más tarde, serían quintos en el
último Mundial de Turquía en 2010.
En 15 años, esta notable generación jugó 27
torneos oficiales, donde se clasificó a 23 semifinales, se subió 20 veces al
podio y en 7 ocasiones fue campeón.
Pisaron
la luna
Cuando todo era un sueño, cuando la
presencia de argentinos en la NBA era irrisoria, esta camada se encargó también
de saltar ese umbral. El primero en asomarse a tierras desconocidas fue el Loco
Montenegro pero su presencia, en tiempos de desprecio norteamericano hacia los
extranjeros, duró poco.
Sin embargo, la apertura hacia nuevos
mercados y el talento de este conglomerado de basquetbolistas hizo que
Argentina llegara a tener seis jugadores en la elite, en el cielo de los héroes
con la naranja en la mano.
Pasaron décadas desde ese primer mojón
hasta que apareció Pepe Sánchez. El Bahiense, formado en la Universidad de
Temple, jugó en los Philadelphia 76ers, Atlanta Hawks y Detroit Pistons. Más
tarde, Ruben Wolkowyski hizo su experiencia. Chapu Nocioni se puso la camiseta
de un tal Michael Jordan para atacar con los Bulls de Chicago. Fabricio Oberto
se puso la de los Spurs y se dio el lujo de ponerse el anillo de campeón;
mientras Luis Scola aun pasea su magia por el primer mundo del básquet. Sin embargo,
como él no habrá ninguno: el ícono máximo de toda está camada de jugadores es
Emanuel Ginóbili.
¡Maradó
Maradó!
El bahiense escuchó por primera vez ese
cántico en Indianapolis, la cuna de toda esta generación. Allí comienza su
camino hasta transformarse en el mejor exponente de la historia del básquet
argentino. Su talento, su capacidad estratégica y su empeño lo llevaron a ganar
cuatro anillos de la NBA y no como actor de reparto sino como verdadero
protagonista. Además consiguió un subcampeonato. Obtuvo seis títulos con la
selección argentina y cuatro coronas jugando en el básquet europeo.
El
conductor cerró el círculo
Ruben Magnano, que inició el camino de la
Generación Dorada en 2002 con aquel mágico triunfo ante el Dream Team, tuvo la
llave de cierre para toda esta camada. Aunque esta vez en el banco contrario,
dirigiendo a Brasil, como una mueca irónica del destino.
Las
huellas de la Generación
Este grupo de basquetbolistas le dio a
Argentina las páginas más gloriosas del deporte. Sin embargo, su legado va más
allá de los resultados. Sus valores como grupo, su tenacidad y su compromiso
fuera del campo sirven como ejemplo para las generaciones venideras. Incluso
más, cuando notaron que las estructuras del básquet se resquebrajaban por los
desmanejos financieros no dudaron en usar su fuerza de grupo para cargarse a
una dirigencia corrupta y arcaica.
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