miércoles, 17 de agosto de 2016

"No me quiera porque gané, necesito que me quiera para ganar"



Aquella frase de Marcelo Bielsa rebota cada vez que un argentino levanta un trofeo o se cuelga una medalla. El exitismo argento pide lo contrario: "Si quiere que lo quiera, entonces gane". Los Leones hicieron historia y tendrán toda la valoración que ahora dejaron de tener las Leonas, porque perdieron. 


Alejandro Mangiaterra

Los Juegos Olímpicos pusieron en escena el exitismo argentino. La medalla de Paula Pareto y la magistral actuación de Juan Martín Del Potro las mostraron en relieve. La Peque es la misma que fue destratada cuando hace apenas cuatro años, en Londres, perdió la pelea en la que buscaba el bronce. El tandilense, por cierto, es el mismo al que calificaron de traidor cuando, por problemas interpersonales con integrantes del equipo, decidió no jugar Copa Davis. La tapa del martes del diario deportivo más vendido del país ejemplifica la banalización del triunfo o más bien, la mofa por la derrota ajena, como ningún otro. La futbolización al extremo. A pesar de las declaraciones del propio Emanuel Ginóbili en Río: "No le veo sentido al hecho de hacer tantos kilómetros para terminar cantando en contra de un equipo que ni siquiera está en la cancha", sostuvo el basquetbolista bahiense.


Las Leonas fueron pioneras respecto de los apodos en los seleccionados nacionales, lo que luego en otras disciplinas se repitió. Los Leones, las Panteras, las Gigantes y la Garra, entre otros, nacieron después de la hazaña de las chicas del hockey sobre césped en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. Es cierto que los Pumas tuvieron un origen anterior, pero el contagio en el resto de los deportes se produjo después de que aquel equipo de Cachito Vigil hiciera historia. No es por obra de la casualidad que la selección femenina de hockey sea considerada como la gestora un cambio rotundo en el deporte amateur, tanto afuera como adentro de la cancha. En Atlanta 1996 terminaron quintas sobre seis equipos que integraban su zona. Desde el 2000 no bajaron más del podio. Dos platas y dos bronces olímpicos, pero sobre todo los dos títulos del mundo (Perth 2002 y Rosario 2010)  y las siete Champions Trophy obtenidas le dieron esa jerarquía. Ahora, ya sin la mejor jugadora del mundo y en medio de un recambio generacional profundo, se mancaron en cuartos ante Holanda, la actual bicampeona olímpica. La opinión pública las tilda como un fracaso. 

La selección masculina de hockey, que integra el rosarino Manuel Brunet, no tuvo nunca las horas de aire y las líneas en diarios que tiene y tendrá este equipo de Carlos Retegui. Es obvio, sucede ahora porque gana. Hoy están en la final de los Juegos por primera vez en su historia después de haber goleado a Alemania por 5 a 2, Sí, cinco a dos al actual bicampeón olímpico. Ya se aseguraron la medalla de plata.

Siempre a la sombra de las Leonas,  los chicos demoraron más tiempo en llegar a instancias decisivas de torneos internacionales. Claro, no tenían al mejor de la historia, cosa de la que gozaban las chicas. Sería una absurda simplificación adjudicarle todo el mérito a Luciana Aymar pero al exitismo no le preocupa. Lo suelta a voz en cuello. Los chicos, nunca habían pasado de un octavo puesto en una cita olímpica. Ahora, van por el oro. Ahora, tendrán que acostumbrarse a que se les pida que lo ganen.

Hoy el santafesino Germán Chiaraviglio podría tener fama ilimitada, portada de revistas y flashes múltiples en la calle. Pero no se dará porque ayer no ganó. No se colgó ninguna medalla. A pesar de los méritos, del esfuerzo y de haber llegado a una final olímpica como hecho inédito para nuestro deporte, los canales de noticias no contarán su historia. Estuvo a punto de ser un nuevo ejemplo de la épica argenta. Esa historia que no repetirán los medios podría tener como eje central el mandato familiar - entrena con su padre, su hermana y su hermano menor-, su tesón, el ejemplo de superación. Tampoco podrán contar que dos meses antes de llegar a Río, Chiaraviglio tenía que destapar, con sus propias manos, el inundado cajón donde clava la garrocha al saltar en el predio del Cenard y poner a secar el colchón que lo cobija cuando cae de las alturas. Le pedimos que gane y si no gana entonces no vale la pena contar su historia. Al exitismo no le alcanza con haberlo visto codearse con los 10 mejores del mundo, tampoco le alcanza la medalla de plata de los Panamericanos 2015 y mucho menos que haya sido campeón del mundo juvenil en Canadá 2003 y Pekín 2006.

Ante esos ojos escrutadores, la Generación Dorada del básquet, ahora denominados llamativamente como El Alma,  ha sido la más exitosa por el sólo hecho de haber conseguido el oro en Atenas 2004, tras haber eliminado al Dream Team -con el que deberá jugar de nuevo esta noche para tratar de repetir aquella hazaña-  y por haberlo vencido antes -en Indianápolis- y terminar como el subcampeón del mundo en el 2002. Pero no lo hubiera sido si los méritos sólo fueran haber logrado el bronce en Beijing y el 4º puesto en Londres. Si ni siquiera se les reconoce la refundación de su deporte, cosa que nació cuando los mismísimos jugadores del seleccionado se plantaron ante una dirigencia corrupta y torcieron el rumbo estructural del básquet, algo que hoy ni asoma como opción en el fútbol que padece una crisis mucho mayor.

El decálogo del argento ganador necesita títulos para enrostrárselos a su enemigo de turno o a su clásico rival. Nada sabe de procesos, de crecimiento y de planificación; mucho menos de la posibilidad de que el azar juegue algún papel. Para quien sólo cree que la victoria es determinante para evitar una cargada en su contra será difícil hacerle entender en qué consiste el espíritu olímpico.

Sería un éxito que pudiéramos rastrear el origen; el día en que los argentinos creímos que debíamos ser los mejores del mundo en cualquier cosa, o que lo éramos. Cuándo fue el día que supimos que "estábamos condenados al éxito".

Hubo un hombre que fracasó y que también fue exitoso: "Nosotros deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción, no es un continuo", dijo una vez Marcelo Bielsa. Luego agregó en otro tiempo y otro contexto: "En cualquier tarea se puede ganar o perder; lo importante es la nobleza de los recursos utilizados". Ojalá alguna vez alcance. Será el día que habremos establecido los cimientos del éxito deportivo.

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