Los libros hablan de sí mismos. De otros.
Los mencionan sin hacerlo. Los sugieren. Los connotan. Los linkean. La tele
también habla de sí misma, pero mal. Habla en primera persona, a los gritos, exhibe
su ego. Ofende con su exhibicionismo. En cambio, la radio habla de la tele y
aburre. La salvan sus especímenes disruptivos. Los desobedientes. Los que
hablan de cualquier cosa menos de la tele, tampoco de libros porque esos
aburren más. Los que leen con tono académico y pomposo para parecer
intelectuales. Una cosa es desear leer a Joyce y otra es desear haberlo leído.
Y alardear.